CAMINO DEL NORTE (2)

Abadín-Vilalba

Amaneció un sábado soleado y no tardé en ponerme en marcha, No había dado muchos pasos cuando escuché una voz que me decía: ¡peregrinaaa por ahí nooo, por la izquierda, es por dónde Correos! Una chica asomaba la cabeza por la ventanilla de un coche en marcha para avisarme de que me había pasado el desvío. Le agradecí mucho el detalle de avisarme y tras retroceder un poco, riéndome de mi despiste, empecé el recorrido por dónde estaba señalizado.

Caminaba por la llamada Terra Chá (Tierra Llana) que con sus bosques autóctonos y abundantes pastos con ganado era un recorrido muy agradable. Como se trataba de una etapa corta y sencilla iba muy despacio, contemplando la naturaleza en todo su esplendor.

al pie de la pasarela sobre el rio Anllo
al pie de la pasarela sobre el rio Anllo

Había salido del albergue la primera o casi pero como solía ocurrir, a medida que transcurría la mañana me iban adelantando casi todos. Me fijé en el grupo de chicas que habían empezado en Mondoñedo cuando me saludaron al pasar, la euforia de las que iban en cabeza contrastaba con el abatimiento que creí ver en las que cerraban la marcha. Había leído antes de iniciar el camino que los grupos grandes no eran muy recomendables pues era difícil que todos llevasen bien el mismo ritmo y me dio la impresión de que algo así les estaba pasando. Con esos pensamientos llegué al famoso Ponte Vella, un bonito puente de origen medieval reconstruido en el siglo XVII que forma parte del Camino Real de Mondoñedo a Vilalba.

foto del puente tomada del blog Galicia pueblo a pueblo
foto del puente tomada del blog Galicia pueblo a pueblohttps://galiciapuebloapueblo.blogspot.com/2017/09/ponte-vella-de-martinan-vilalba.html

A la entrada del puente había un puesto de artesanía con colgantes, pulseras … me paré a echarle un ojo por si había algo que me gustase. Allí conocí a Suso, el artesano, de aspecto hippy y unos ojos penetrantes que captaron mi atención desde el primer instante. Compré un colgante de madera con una estrella de 8 puntas que me gusto mucho y le dejé la vuelta. Supongo que a modo de agradecimiento, me regalo una concha pequeñita perforada y con una cuerda que me pareció perfecta para Héctor, mi bordón. Suso la sujetó junto al cordón de la empuñadura en un visto y no visto, de manera que mi fiel compañero quedo adornado con el emblema del camino.

Entablamos conversación y acabamos hablando de filosofías de vida, tema que me apasiona, también de chakras, vibración… su compañía resulto ser de lujo. Este año, haciendo la misma etapa y ya cerca del puente, esperaba volver a encontrarlo para charlar de esos temas que me interesan, y así fue, en una mañana en la que a ratos llovía y luego salía el sol me encontré a Suso en el mismo sitio, me comentó que había estado a punto de recoger pero que finalmente decidió que se quedaría un poquito más ji,ji.

Pero volviendo al año pasado, no sé cuanto tiempo estuvimos hablando, más de una hora seguro, sentados en el suelo del puente conversamos mientras desfilaban todos los peregrinos del día. De cuando en cuando Suso hacía alguna venta, se tomaba el tiempo necesario para que los compradores quedasen satisfechos y volvía a sentarse tranquilamente en el suelo. Yo observaba como atravesaba con la mirada a todo el que se ponía a su alcance, algo de lo que creo que muchos ni se percataban. Suso es un gran observador de la vida y de todo lo que acontece a su alrededor.

El tiempo no existe si te lo puedes permitir pero sabía que tenia que continuar y con cierto pesar me despedí. Ya en pie y sin pensarlo, le di un abrazo con todo mi corazón, su compañía había sido todo un regalo y me iba feliz.

Una vez cargada la mochila al hombro y bien sujeta, me fui alejando poco a poco del puente, aún me quedaba la mitad de la etapa por delante. Perdida en mis pensamientos ya no contemplaba el paisaje y me vino a la cabeza Julio, tal vez debería de haberle dado un abrazo antes de continuar con el chico que cojeaba. Y también me vino a la cabeza Pedro ¿por qué no le di un abrazo en aquella fría mañana en Santa Marina?. El camino me estaba haciendo más abierta, seguía siendo caracol camina pero de cuando en cuando me quitaba el caparazón lo cual era todo un descubrimiento.

Ya en Vilalba, encontré la ciudad un tanto aburrida. Para compensar, el albergue tenía mucho movimiento, de nuevo coincidí con las chicas que empezaron en Mondoñedo lo que le daba un toque jovial al ambiente. Como no todos pensamos igual, a media tarde, un peregrino que tenía al lado de mi litera y que quería dormir se puso como una fiera con las pobres chicas que bullían en su habitación bajo la nuestra. Aguantaron estoicamente el chaparrón y para evitar problemas se contuvieron el resto de la tarde-noche. A mi no me preocupa mucho el tema de los ruidos cuando me voy a dormir porque no suelo tener problemas para coger el sueño, pero en el camino he comprobado que gente bastante maja se ponía muy intransigente a la hora de ir a descansar, probablemente tener el sueño ligero es una desgracia si haces el camino de Santiago pernoctando en albergues.



Vilalba-Baamonde

A pesar de las predicciones, amaneció bastante despejado. Sabía que el tiempo era clave para tener un buen camino y por un momento me vino el recuerdo de la lluvia que me empapaba rumbo a La Caridad, esa sensación de hacer kilómetros con ansia, a la espera de llegar a un sitio dónde recogerse. Saqué ese recuerdo de mi cabeza lo más rápido que pude, lo cierto es que el buen tiempo me había acompañado casi de continuo y a solo seis jornadas de Santiago no me podía quejar.

La idea de que con cada etapa me acercaba más al final me hacía caminar despacio, más incluso de lo habitual, intentado grabar en mi memoria la sensación de confianza y reverencia por la vida que sentía justo en ese momento. No había hecho muchos kilómetros cuando note que llegaban las chicas que comenzaron en Mondoñedo, más ruidosas que en otras ocasiones venían con música a todo volumen, como si necesitasen seguir una marcha o algo así. Nos saludamos, deseándonos como siempre «buen camino» y las vi alejarse con su paso alegre de siempre.

Pasado un tiempo, el cielo se volvió inestable y parecía que iba a ponerse a llover. Cayeron algunas gotas cuando llegué a San Xoán de Alba, creo que fue en esa zona cuando llegué a la altura de una de las chicas del grupo de Mondoñedo que caminaba sola. Enseguida entramos en conversación, una chica agradable que era de Barcelona, tenía unos 20 años y muy emprendedora por lo que me contó. Cuando le comenté que en ocasiones prefería renunciar a algún trabajo, sopesando el trastorno con los ingresos que me ofrecían, se quedó bastante extrañada,. Hablamos un buen rato del tema y al final me parece que comprendió mi punto de vista. Juraría que se sorprendió de nuevo cuando llegamos a la altura de un bar, posiblemente el único de la jornada y le sugerí hacer una parada, aun así se apuntó. Nos sentamos pues en la terraza de ese bar ya que en ese momento no llovía y ni mesas ni sillas estaban mojadas, si no recuerdo mal.

Soy fumadora y en Vilalba me había quedado sin tabaco, estuve a punto de salir en busca de un estanco pues soy tiquismiquis (los cigarrillos de cajetilla no me gustan, fumo de liar y una marca concreta) pero al final me dio pereza. El caso es que sentada en la terraza de ese bar con el café me entraron unas ganas de fumar tremendas. Afortunadamente se cumplió el dicho de que «el camino provee» y resultó que además de bar era estanco y tenían mi tabaco habitual. Más contenta que un niño con un juguete nuevo, disfruté mucho de la parada del café y de la conversación. Por lo que me contó, tenía molestias en los pies y por eso había bajado el ritmo. Estuvimos hablando de todo lo que nos habíamos encontrado en el camino, las dos éramos novatas en esta experiencia, y tras la amena parada seguimos avanzando hacia Baamonde.

En el recorrido hicimos varias fotos pero por desgracia mi móvil acabo al final bastante mal y perdí muchas de ellas. De este día solo tengo la de una mariposa que se posó en el suelo unos instantes y me permitió fotografiarla.

imagen de una mariposa en el suelo
la mariposa que quiso ser fotografiada


La mañana fue pasando y la lluvia apenas hizo acto de presencia. Observé que a mi compañera de jornada le costaba cada vez más caminar y en un momento dado, al llegar a la altura de una marquesina de autobús, nos paramos y le ofrecí un par de calcetines pues los que llevaba puestos eran bastante delgados y no tenían buenos refuerzos. Había tratado de evitar los «por si acaso» en casi toda la ropa salvo en los calcetines y como iba bien surtida le di un par de los míos que eran reforzados, tal vez le serviría para aguantar las etapas que aún quedaban hasta Santiago. Como no volví a verla después de ese día, aunque sí a sus compañeras, supongo que no hubo forma de solucionar el problema de los pies.

Y llegamos a Baamonde, el grupo la estaba esperando en una cafetería cercana a mi albergue y allí nos despedimos, esa noche no coincidíamos en el mismo lugar de pernocta.
Ya instalada en el albergue, tras la rutina diaria de ducha, comida y colada, decidí dar una vuelta por el pueblo. Tenía la intención de acercarme a la Taberna Galicia de la que me habían hablado pero cuando iba hacia allí recibí la llamada de una amiga con la que estuve hablando mucho tiempo y me quedé a la puerta. En ese momento ya tenía claro que repetiría el camino, así que al acabar de hablar pensé que conocer ese local podía esperar al «siguiente camino», tenía que repasar una ruta propia que iba a hacer al día siguiente y prefería hacerlo en el albergue. Tiene gracia, no se puede dar nada por sentado, este año cuando en Baamonde volví a acercarme para conocer la Taberna estaba cerrada, resultó que era su día de descanso jajajaja.

Como tenía previsto madrugar mucho a la mañana siguiente me acosté temprano. El albergue, antigua cochera de diligencias, era bonito pero no había calefacción alguna y al caer la tarde empecé a notar mucho frio. Debido a las restricciones por coronavirus solo se usaba una cama en cada bloque de cuatro, así que a la llegada cuando me ofrecieron una habitación de cuatro camas para mi sola acepté encantada. No tenía ni idea del frio que iba a pasar esa noche, por un momento me dieron ganas de coger el saco sabana y subir a la gran habitación donde estaban la mayoría de peregrinos y en donde seguramente la temperatura sería mejor. Al final, acabe durmiendo con toda la ropa que tenía y enroscada con la toalla como una persiana.



Baamonde-Friol

A pesar de haber dormido en una nevera, desperté con ganas de aventura. El amanecer teñido de rojo anunciaba buen tiempo y a pocos metros, en una cafetería madrugadora, servían desayunos. Entré y me senté en la primera mesa que por cierto tenía la televisión enfrente, mala idea pues el efecto reconfortante del café se desvanecía ante las noticias televisadas. Me lo tomé rápido y no tardé en salir a la calle para volver a mi mundo, que nada tenia que ver con el miedo que transmitía esa pantalla.

Esta vez la etapa discurría por un itinerario personal y no por el camino oficial pues quería visitar algunos lugares que me interesaban aprovechando que estaba en la zona. Salí de Baamonde por el arcén de la N-VI muy temprano y a 5 kilómetros tomé un desvío que me llevaría a Virís, primera parada de la jornada. El arcén de la CP-1611 era algo estrecho pero era una carretera comarcal sin tráfico y llegué a mi destino cómodamente.

Había leído que en la iglesia de Santa Helena de Virís había un ara vialis (lápida para agradecer el feliz regreso tras un camino largo o difícil) y quería acercarme a la iglesia por si de casualidad tenía ocasión de contemplar el ara. La iglesia estaba cerrada, nada nuevo, así que me quedé con las ganas pero el lugar era muy bello. Tras inspeccionar un poco la zona me senté en un banco de piedra, me descalcé y cerré los ojos sintiendo el sol en la piel y los sonidos de los pájaros sobre mi cabeza.

imagen de la pequeña iglesia
al lado de la iglesia


Recuerdo que sobre la puerta había una inscripción que tenía un sol en el centro y decía «Esta es la casa de Dios/Nuestra puerta del cielo» y que pensé que sin necesidad de atravesar esa puerta ya me sentía en el paraíso, fue un momento muy especial. Pongo una foto que hice en la que se ve, más o menos, el grabado en la piedra.

inscripción sobre la puerta de la iglesia
inscripción sobre la puerta de la iglesia


Tras el descanso volví al arcén de la carretera, ya era buena hora para llamar a mis padres y así lo hice. Por casa todo iba bien y como siempre conversé un buen rato con ellos, aunque como en la anterior ocasión no les dije que hacia una ruta fuera del camino por no preocuparles. No obstante, les hablé de los lugares que iba a visitar a continuación y de las fotos que mandaría a lo largo del día.

Y llegué a Donalbai, mi segunda parada. Esta vez no tenía la intención de visitar su iglesia, que suponía además que estaría cerrada pues era la tónica del camino. Tenía interés por conocer Pena dos Mouros, unas enormes piedras de alrededor de 6 metros de alto coronadas por otra de buen tamaño a la que llaman el cráneo de perro.
En este lugar, parece ser que los últimos rayos del sol poniente del día de difuntos (atardecer del 7 de noviembre) iluminan la cuenca ocular de lo que parece un cráneo de perro. No tengo un buena foto del famoso cráneo, la maleza no me dejo coger el ángulo adecuado pero en la red hay fotos de dicho cráneo.

imagen de Pena dos Mouros
Pena dos Mouros


Llegar hasta Pena dos Mouros no era sencillo y cuando vi a unos lugareños conversando al lado del camino les pregunté si iba bien. Me dijeron que era casi imposible acceder debido a que con la parada del coronavirus la vegetación se había adueñado de la zona. Como soy testaruda, les comenté que lo intentaría de todas formas y esa buena gente, tal vez sorprendidos por mi tozudez, decidieron acompañarme y hacer de guías. Tenían razón cuando me explicaron que la zona estaba salvaje, sin su acompañamiento hubiese sido imposible entrar y salir de semejante selva. Uno de ellos me iba contando anécdotas del lugar, había dos molinos, uno de grano y otro que habia servido para suministrar electricidad al pequeño pueblo. Me habló de los buenos tiempos en los que la corriente de la cascada era tan grande que abastecía sin problemas a los dos molinos, había vivido ese tiempo siendo niño. Tomé algunas fotos y les comenté que seguramente publicaría el recorrido de esa jornada en mi blog, al fin lo he hecho!!.
Era imposible llegar al molino grande por lo que de nuevo tomo prestada una foto del blog «Galicia pueblo a pueblo».

imagen del molino de grano
molino de grano


Pude llegar hasta el otro molino y mientras nos acercábamos, me explicaron como en su día el agua golpeaba las aletas en su interior y con esa energía convertida en fuerza mecánica para un generador eléctrico, era posible llevar la corriente a las casas del pueblo. Desgraciadamente me encontré con una construcción bastante deteriorada, lo que les suponía un cierto pesar que entendí perfectamente. Dejo a continuación unas fotos.

imagen de molino de electricidad
molino de electricidad cubierto de maleza

imagen del interior del molino
interior del molino


Tras despedirme de esas afables personas de Donalbai, continué mi andadura en dirección a las Penas de Rodas con idea de hacer una nueva parada y comer en ese lugar. Me interesaba mucho ver ese conjunto de rocas más llamativo que Pena dos Mouros que según algunos investigadores se había utilizado, hace miles de años, como observatorio astronómico.

Los últimos metros de subida del monte de A Cruz de Paraños fueron bastante pesados, el sol calentaba una barbaridad. Serían sobre las 2 de la tarde si no recuerdo mal cuando me di cuenta de que estaba llegando, vi unas rocas redondeadas y de gran tamaño, accedía por detrás de la imagen que había visto en mi ordenador meses antes. En seguida pude divisar las Penas de Rodas en todo su esplendor, un conjunto que me pareció bastante espectacular. En uno de sus lados tenía gran altura, más de 15 metros por lo que había leído, y daba la impresión de que las rocas que coronaban la estampa se iban a caer en cualquier momento.

imagen de Penas de Rodas
Penas de Rodas


Alrededor de las Penas (Piedras en castellano) había una zona recreativa con fuente, mesas y bancos de piedra, y hacia allí me fui directa, tenía hambre. Me senté en una de las mesas desde la cual podía divisar el grupo de rocas y tranquilamente despaché el bocadillo que me había preparado en Baamonde. Cómo me hubiese gustado rematar con un buen café y un cigarrillo, pero a falta de lo primero me conformé con sacar el petate del tabaco y ponerme a liar el cigarrillo. En esas estaba, cuando sentí que un coche irrumpía en la plácida soledad del lugar. Vi como una familia se bajaba del vehículo y se acercaba a observar la línea de rocas, no les debió impresionar demasiado pues enseguida se marcharon.

imagen del área recreativa
en el área recreativa


Una vez finalizada la sobremesa, me acerqué hasta las rocas para observarlas con detalle y tocarlas pues me apetecía sentir la textura del monumento. Por lo que aprecié, la imponente mole de rocas no parecía una formación natural, lo que unido al hecho de estar orientadas a la puesta del sol en el solsticio de verano y a su salida en el de invierno, da lugar a todo tipo de especulaciones. Se baraja que hace miles de años haya sido un lugar de culto anterior a los romanos. E incluso hay quien las asocia a algún tipo de calendario solar.
Se dice también que las Penas de Rodas están conectadas con la Pena dos Mouros pues ambos puntos están alineados y en los solsticios el sol atraviesa éstas para luego penetrar en la citada Pena.

Salirme del camino en esta jornada era una tentación difícil de resistir. La forma de vida en la antigüedad y el misterio que a menudo conllevan los restos que perduran es algo que me encanta. Era capaz de imaginar el atardecer de un 7 de noviembre frente a esas rocas, con las Pléyades marcando en el horizonte el final del año agrícola (en nuestro hemisferio) intentando sentir lo que ese momento significaba.

Disfrute un buen rato del lugar pero aún me quedaban 15 kilómetros para llegar al final de la etapa, Friol. Y tras caminar cómodamente por caminos de tierra o a medio asfaltar durante 5 km. llegó el momento de volver al arcén de la CP-1611 que era la forma más directa de llegar a mi destino. En un primer momento la carretera me pareció tranquila, tal cual me la había encontrado en la mañana, pero no tardé en comprobar que la situación había cambiado.

Una furgoneta de reparto exprés me dejo casi sin aliento. Al pie del estrecho arcén la maleza se había extendido tanto que prácticamente me obligaba a caminar pegada a la carretera y para encima, la falta de consideración del conductor de la furgoneta que apenas se apartó hacia el otro carril, me hizo pasar un mal rato. Me vino a la cabeza la expresión seria de uno de mis guías en la visita a Pena dos Mouros en Donalbai cuando le dije que volvería a la CP-1611 para llegar a Friol, me advirtió de que en esa carretera había movimiento de camiones madereros y que tuviese mucha precaución pues podía ser peligroso.

Llevaba bastantes kilómetros y aún no me había tropezado con esos camiones madereros, solo las veloces furgonetas de reparto urgente que parecían ser el distintivo de una carretera sin apenas arcén, y aunque espaciadas en el tiempo, tener que lidiar con sus sobresaltos empezaba a pasarme factura. Estaría como a medio camino para llegar a Friol cuando decidí pararme un ratito en una entrada hacia una una finca y así alejarme unos metros de la odiosa carretera. Notaba mucha rigidez en todo el cuerpo y sentada en el suelo, contemplando el cielo que se estaba plagando de nubes traté de relajarme un poco. No pasó ningún vehículo en ese rato y más animada pensé en levantarme y rematar lo que me quedaba de caminata. No me había incorporado aún cuando escuché un ruido potente que sospeché sería un camión maderero de los que me habían hablado. No veía nada, pues la entrada tenía a los lados unos setos muy altos que la delimitaban, pero sentada a más de dos metros del tráfico que quedaba a mi izquierda, de repente pude ver y sentir como el paso del camión casi me arranca el brazo que estaba más cerca de la carretera.

Me levante mucho peor de lo que estaba cuando me senté, pero intenté pensar en positivo y razoné que al tratarse de un recorrido de largas rectas y sin desnivel, en todo momento tenía una visión temprana de lo que venía hacia mi y esa podía ser mi gran baza para evitar una desgracia. Pero incluso con ese pensamiento, el recorrido resultó ser infernal. No me tropecé con otro camión del transporte de madera, solo furgonetas que iban a velocidad de autopista y que pasaban demasiado cerca, haciendo que me metiese entre las zarzas, ortigas … lo que fuese con tal de guardar un poco más de distancia.

Cuando por fin llegué a Friol, el cielo que se había ensombrecido hacia rato comenzó a descargar agua copiosamente. Estaba tan abatida que ni siquiera me refugié bajo una cornisa, seguí caminando como un autómata y echa una sopa llegué al hostal. Ya en la habitación me fui directa a la ducha, que de alguna forma me devolvió a la vida. Y tirada en la cama me puse a recordar todos los buenos momentos del día, era capaz de sonreír al rememorar la aventura pero aún así me costaba deshacerme de la sensación de extrema fragilidad que había padecido en los últimos kilómetros. Decidí salir a tomarme el té de media tarde como tenía costumbre, también hice la típica parada en el supermercado para coger provisiones, incluso cené. Pero llegada la hora de acostarme, aunque caí rendida, pasé mala noche pues no gocé del habitual sueño reparador y desperté inquieta en varias ocasiones.



Friol-Sobrado Dos Monxes

Amanecí hecha polvo, no había dormido bien y además tenia por delante un recorrido incierto. Había salido del Camino del norte y me encontraba en Friol, mi idea inicial era llegar por el arcén de una carretera rural, la AC-934 hasta Mesón y volver al Camino oficial pero tras la mala experiencia del día anterior no estaba dispuesta a jugármela otra vez.

Bajé a desayunar al bar de la pensión, Casa Benigno, bastante abatida. No sabía aún lo que iba a hacer y aunque ya era el momento de ponerse en marcha ni si quiera tenía la mochila preparada. Al finalizar el desayuno conocí a dos peregrinas sevillanas que venían del Camino primitivo y también se dirigían a Sobrado dos Monxes. Me explicaron que había una ruta para llegar sin tener que ir por la carretera pero por desgracia había salido de la habitación sin el móvil y no pude comprobar con ellas las indicaciones que me daban. Me despedí pues iniciaban su jornada, y tras darles las gracias por la información subí rauda a comprobar dicha ruta. No sé cuanto tiempo estuve navegando en busca de la dichosa ruta pero el caso es que fui incapaz de encontrar el esperanzador recorrido. Frustrada, pero segura de que ese día no volvería al arcén de una carretera, me puse la ropa de caminar, recogí mis cosas y me encaminé a la parada de taxi del pueblo. Me sentía un tanto abochornada dejando en el maletero la mochila y mi bordón para subirme en el asiento del taxi, aún así lo hice. En esa jornada fue el vehículo el que recorrió la mayor parte de la etapa, lo que no era nada peregrino pero como no veía otra opción así escape de Friol. Una vez en Mesón retomé el Camino, con la concha y sus flechas que siempre aparecían en las encrucijadas y que en ese día me daban una paz difícil de explicar.

Como solo había 5 km hasta Sobrado llegué hasta su laguna en poco tiempo. Era un sitio muy bello y en la soledad de una hora tan temprana, me senté en un banco de madera para observar a una familia de patitos que nadaban con su madre cerca de la orilla.

imagen de la laguna de sobrado
laguna de sobrado

vista de la laguna con los minúsculos patitos
vista de la laguna con los minúsculos patitos

La familia de patos, que apenas se distingue en la parte izda. de la segunda foto, nadaba en grupo. Algunos de los patitos más aventureros se alejaban un poco pero en cuanto su madre se ponía en movimiento, todos en fila se acompasaban para seguirla a la nueva ubicación en un desfile digno de ver. Tan feliz contemplaba su procesión que no se me ocurrió fotografiarla jajajaja, qué le vamos a hacer, esa imagen perdurará solo en mi recuerdo.

Tras la pausa, puse rumbo a la localidad de Sobrado dos Monxes y me acerqué al monasterio para saber si finalmente abría sus puertas a los peregrinos. Habían decidido que no lo harían, por no poner en riesgo a algunos monjes de edad avanzada ante el coronavirus, una lástima pero comprensible. Tomé unas fotos del edificio por fuera y fui buscar alojamiento al albergue Lecer que era mi segunda opción.

fachada del monasterio
fachada del monasterio


Llegué al al albergue a una hora temprana, solo estábamos un peregrino americano y yo. Ocupé una litera que estaba junto a una gran cristalera y me puse con las labores peregrinas, en Friol no había lavado ropa y tenía tarea extra. Estaba inclinada sobre la litera y de espalda a la pared de cristal, cuando una sombra y un ruido me sorprendió, no pude evitar dar un grito mientras me volvía para ver como el americano entraba por el ventanal, a través de una puerta en la que no había reparado. Tras el momento de conmoción, estallamos en risas. El compañero de peregrinaje, con un sombrero tipo Indiana Jones tenía la cara congestionada de la risa y supongo que yo tendría un aspecto similar. No dijimos nada tras recuperar la serenidad, yo volví a mis tareas y él se puso a las suyas en la litera de al lado, pero de cuando en cuando no podía evitar levantar la cabeza y si me encontraba con su cara volvíamos a reírnos como dos niños pequeños, debimos de hacer algo de escándalo pues el hospitalero acabo entrando en la habitación, no recuerdo bien a qué, pero estoy segura de que su expresión era de interrogante.

Una vez acabada la faena, salí a dar una vuelta por el pueblo y comer algo. En una cafetería cercana al monasterio vi una tortilla de patata sobre el mostrador con buena pinta y pedí una ración. Con la barriguita llena y después de la mala noche en Friol pensé que lo mejor que podía hacer era regresar al albergue y echarme una siesta, y así lo hice. Desperté a media tarde, algo embotada pues no tengo costumbre de dormir siesta, llamé a casa y a continuación salí a pasear un poco por el pueblo. No había mucho que ver aparte del monasterio y la laguna, y además empezó a llover, así que entré en la misma cafetería de la mañana para tomarme un té. No tardé en volver al albergue, cenar y dejarme seducir por Morfeo que ese día me tenía totalmente atrapada en sus redes.



Sobrado Dos Monxes-Arzúa

Amaneció un día gris y tras dejar el albergue para desayunar en un bar cercano, me puse en marcha. Coincidí de nuevo con las dos sevillanas que se habían incorporado al Camino del Norte y juntas hicimos una parada en una cafetería de Boimorto, el Café Bobby, dejo constancia del lugar pues tengo el recuerdo de haber tomado el mejor café de todo el camino. Disfruté mucho de la parada, con la conversación y el café que tanto me gustó, estaba tan bien que me quedé un rato más en aquella terraza mientras mis compañeras partían. No obstante, unos kilómetros más adelante nos volvimos a encontrar, algo sorprendente pues yo suelo llevar un ritmo bastante suave y ellas, montañeras según me explicaron, llevaban habitualmente un paso alegre. Parece ser que habían cogido mal un desvío y habían perdido tiempo yendo y retrocediendo.

Continuamos pues la jornada juntas, seguramente tuvieron la amabilidad de ir a mi paso pues yo no me sentí forzada en ningún momento. En el trayecto fuimos conversando sobre lo que teníamos planificado para las últimas etapas, me dijeron que estaban teniendo problemas con el alojamiento de la siguiente, que acaba normalmente en Pedrouzo, y les comenté que ese día yo alargaba el recorrido hasta Lavacolla. Como les cuadraba bien esa posibilidad, tras tirar de teléfono dejaron así el asunto resuelto. Salió el tema de lo que sería el recorrido a partir de Arzúa, el temido choque con el Camino francés, que viniendo de caminos menos transitados se decía que era impactante. Puedo adelantar que lo tenía en mente se quedó corto, la masificación que experimenté a partir de esa localidad me sorprendió tanto que me descolocó una barbaridad, ya hablaré de ello más adelante.

La mañana fue transcurriendo y llegamos a nuestro destino, Arzúa. Nos despedimos y puse rumbo a mi albergue. Era un privado que estaba bien y tras la ducha, y resuelto el tema de la ropa, me tumbé en la cama y me dio por pensar en que contra todo pronóstico había llegado casi a las puertas de Santiago. Sentía que había crecido como persona al desconectarme de mis rutinas habituales y salir a lo desconocido en un camino religioso que tenía muchas lecturas. Estaba feliz de haber llegado tan lejos aunque me escocía la idea de que todo se acabase en pocos días. Temía que al abandonar esa vida volviese a empequeñecer mi perspectiva, distraída por un sin fin de tareas que nublasen lo que había aprendido esos días, una conexión conmigo misma que era todo un descubrimiento.

No segui dándole vueltas al asunto, me incorporé y decidí salír al supermercado a por provisiones y además tomarme el té de media tarde que ya se había hecho costumbre.
Tras la compra, callejeando por la localidad, me encontré a mis compañeras de jornada y nos fuimos a la terraza de una cafetería cerca de mi albergue y del suyo, pues resultó que estábamos más cerca de lo que pensábamos. No les comente nada sobre mis pensamientos, daba la impresión de que ellas estaban muy ilusionadas con la llegada a Santiago y el reencuentro con sus maridos que viajarían hasta allí para pasar con ellas el fin de semana. Al escucharlas me sentí rara, aunque amo a mi marido, ni Santiago ni el reencuentro me proporcionaban la ilusión que veía en ellas, es más según me acercaba al final notaba que el suelo dejaba de estar firme bajo mis pies, una sensación que me acompañó hasta el día de mi regreso a casa.

No tengo fotos de esta jornada, mi móvil sufrió una caída en Sobrado y la cámara se dañó. Tengo una con mis compañeras que me pasaron por wasap pero al no estar sola no me parece correcto sacarla en el blog sin permiso y si la corto queda extraña. Para no dejar esta etapa sin fotografía alguna, pongo los sellos de la credencial con todos los sitios por los que fui pasando hasta ese momento.

los sellos de la credencial



Arzúa-Lavacolla

Madrugué bastante, pues iba a hacer la etapa un poco más larga de lo habitual para estar a las puertas de Santiago en la última jornada. Había quedado con mis compañeras sevillanas en vernos en Lavacolla, me tomé un café con leche bien oscuro y animada me puse en camino.

Imaginaba que me iba a encontrar mucha gente pero lo cierto es que no estaba preparada para la multitud de personas con las que iba a compartir etapa. Pensándolo bien era lo esperado, se trataba del tramo final y a comienzos de julio, pero cuando me vi rodeada de tanta gente a derecha e izquierda, delante y detrás mío, me sentí bastante incómoda y no tardé en buscar refugio en un banco al lado del camino dónde me senté a ver si pasaba el aluvión de personas que parecía una excursión. Tras un buen rato repitiendo decenas de veces «Buen Camino» tuve que aceptar que ese flujo era lo normal, levantarme y caminar como todos los días. Lo único bueno que tenía esa situación era la gran cantidad de establecimientos de bebidas y comida que había cada pocos kilómetros, lo cual no dejaba de sorprenderme.

A pesar de lo atípico del día me propuse mantener en lo posible mi normalidad, caminando despacio y observando lo que me rodeaba. Faltando aún bastante para llegar a Pedrouzo vi a una pareja a la izquierda del camino, el gesto del hombre hizo que me acercase, tenía un dolor en la pierna de esos que no se pueden disimular. Saqué del botiquín una pomada casera que hace una amiga y que quita bastante bien el dolor y se la ofrecí pues estaba segura de que de algo le serviría. El hombre aceptó y se la puso, e incluso pareció que le cambiaba un poco el gesto, como no había necesitado el botiquín en todo el camino y estaba tan cerca de acabar, decidí darle el tarro por si le hacía bien volver a usarla en el tramo que le quedaba hasta llegar a una farmacia. Le di también un frasquito con alcohol de romero que había hecho mi tía (todo casero ji,ji) por si los dolores tuviesen relación con la circulación. Ambos quedaron muy contentos y yo continué el recorrido con la sensación de estar a gusto, algo que no había sentido desde el comienzo de la jornada.

A partir de Pedrouzo empecé a notar el camino más despejado, seguramente la mayoría de los peregrinos había decidido hacer noche allí. Vi un bar con unas mesas al aire libre y dada la hora entré para ver si había algo apetecible para comer. Aunque tenían un poco de todo, una impresionante tarta de almendra captó mi interés, la chica del bar me aseguró que era casera y esa fue mi elección. La acompañé con un té en una comida atípica y me relajé feliz al sol.

La ración de tarta que había comido era contundente y al retomar el camino me di cuenta de que iba más pesada de lo normal. Para encima, caminar por un tramo de bosque de carballos y eucaliptos casi en solitario en lo que prácticamente era el final de mi experiencia peregrina, no incitaba a subir el ritmo. Llamé a la hospitalera para confirmar mi llegada y también avisé a mis compañeras de que la jornada se me estaba haciendo más larga de lo esperado y que seguramente llegaría bastante tarde. Quería tener un recuerdo de ese paraje y le pedí a unos peregrinos que me hiciesen una foto a sabiendas de que saldría un borrón con el teléfono estropeado. La pongo, pues no he encontrado una foto libre de derechos de autor para esta etapa y aunque no se vea gran cosa, para mi tiene sentido.

imagen propia en un bosque
Mi último recorrido casi en solitario


Y arribé finalmente al albergue, no estaba muy lleno y así pude elegir entre las literas una cama baja que siempre resulta más cómoda. Me duché, me ocupé de la ropa y salí a la zona de césped del albergue. Hacia un día de sol espléndido pero se me había hecho tarde y al final no quedé con las compañeras con las que había trabado amistad. En el fondo, sentía más apego a la soledad que de costumbre y estaba muy contenta en modo observador. En el albergue había ambiente pero apenas hice vida social, cené y me acosté temprano con la idea de madrugar lo suficiente para llegar temprano a Santiago para ir sin prisas a la misa peregrina. Lo de solicitar la Compostela no lo tenía claro, ya vería como estaba el patio cuando estuviese allí.



Lavacolla – Santiago – Finisterre

Me levanté y salí de la habitación con mis cosas hacia el baño como siempre, pensando eso sí que cada una de esas rutinas quedarían atrás ese último día. Una vez más, hice al camino rodeada de gente de todas las edades y aspecto variado que hacían el mismo recorrido, completando así la última jornada de menos de 10 km.

Santiago de Compostela me recibió en un viernes multitudinario de año Jubilar, por caer la festividad del apóstol en domingo, algo que no se daba desde hacía 11 años según me dijeron. En ese contexto, me encontré con que no podía entrar a la catedral, en el exterior unas pantallas enormes mostraban los preparativos para una misa solemne a la que acudirían algunas personalidades. Desilusionada, me fui hacia la Oficina del Peregrino presagiando lo peor. Unas chicas me saludaron sonrientes, cuatro o cinco, no recuerdo bien, me conocían y se alegraban de coincidir conmigo en la ciudad, no sé bien lo que les dije, estaba aturdida entre tanta gente y no era capaz de ubicarlas. Bastante tiempo después, caí en la cuenta de que eran las chicas que empezaron en Mondoñedo, qué despistada soy a veces, me pillaron en un mal momento y ni si quiera las reconocí.

Ya delante de la Oficina en cuestión, me vi en una calle abarrotada y ante una espera de horas para solicitar la Compostela. Descarté la opción y volviendo sobre mis pasos decidí alejarme de allí lo antes posible. No obstante, alguien me llamó y pude ver a una pareja sonriente que en nada se parecía al aspecto apurado que presentaban el día anterior, las tornas se habían cambiado y me ofrecían la posibilidad de entrar a por la Compostela en cuestión de pocos minutos. Me dijeron que habían sacado dos números y que luego se habían enterado de que al ser matrimonio con uno era suficiente. Llevaban horas esperando y ya les tocaba, y en ese momento me ofrecían el número que les sobraba. Me di cuenta de que no podía usar la cámara de fotos de mi móvil para escanear el código QR pero con el teléfono de ella lo gestionamos y todo solucionado. Qué buena gente, eran personas muy agradecidas y estaban encantados de echarme un cable. Ese fue otro momento inolvidable en esos días de descubrimientos.

La inspección de mi credencial para darme el certificado de haber completado el Camino fue rigurosa, amable pero precavida, la mujer que me atendió se tomó su tiempo. Cuando salí al aire libre se me ocurrió que igual la cámara frontal de mi móvil funcionaba y probé a hacer un selfie enfocando al documento, y funcionó. Mandé la foto a mi madre y a mi tía pues sabía que les hacía ilusión que consiguiese la Compostela.

imagen de la la compostela
la compostela


Volví a la catedral y en una cola gigantesca vi a las peregrinas sevillanas esperando a que finalizasen los actos oficiales para poder entrar. Yo estaba tan animada que ni loca me hubiese quedado en esa cola, lo intentaría al día siguiente. Les deseé un buen fin de semana con sus maridos que llegaban de tarde para festejar su andanza, y salí pitando de todo el lío que allí se había montado. Callejeando, llegue a un parque tranquilo y sentada en un banco a la sombra pues el sol estaba exultante, saqué una bolsa con frutos secos y mientras los comía empecé a fantasear con la idea de escaparme a Finisterre a ver la puesta de sol. Lo había pensado unas horas antes y había visto en el móvil que tenía una línea de autobús que me podía servir. Como aún no había reservado alojamiento para esa noche, busqué uno en Finisterre y reservé la plaza. Feliz del rumbo que tomaba mi última jornada del camino, me puse a buscar un blablacar, opción más cómoda y barata que el autobús para llegar a Fisterra como dicen los gallegos pero solo había uno a última hora del día y para mi era importante llegar con tiempo suficiente para dejar la mochila en el albergue e ir sin prisas a ver el atardecer frente al mar. Así pues, me encaminé hacia la estación de autobuses a sacar un billete para esa tarde.

Con el billete de autobús en la cartera, puse rumbo de nuevo al casco antiguo de Santiago, hacía mucho calor y me apetecía una cervecita fresca y una tapa en una terraza.
Subiendo por una avenida ancha con tráfico intenso observé que por la acera de enfrente bajaba una cara conocida, el británico de La Caridad, que al verme levantó sus brazos llenos de tatuajes sonriendo con expresión de felicidad. Me quedé sin saber que hacer, me hubiese gustado desearle buen regreso a casa pero había tanto ruido de coches que la única opción era decírselo a gritos. Me paré y levante el brazo con el pulgar de la mano hacia arriba como un ok, y él parado también, gritó algo que no entendí. Con una sonrisa en la cara continué caminando, me estaba contagiando de ese sentimiento de alegría por acabar el Camino y al fin tenía la sensación de que todo estaba bien. Pero la alegría no duró mucho, tras dar vueltas y más vueltas por las terrazas que había en los alrededores de la catedral, no fui capaz de encontrar un sitio dónde sentarme. Resignada, entré en un supermercado a por un sandwich y una coca cola y volví de nuevo a la estación de autobuses pues había visto una zona verde perfecta para sentarme a comer.

En un banco al pie de una senda de paseantes de perros, pasé las últimas horas de ese día en Santiago. Quería dejar resuelto mi regreso a casa al día siguiente y me puse a buscar un blablacar ya que la opción de combinaciones de autobús y un día entero de viaje me parecía un calvario. Pero resultó que de nuevo estaba sin opciones, en días anteriores había visto mucho movimiento entre Santiago y algunas localidades asturianas que me venían bien pero para aquel sábado no había nada. Llamé a mi marido para al menos darme la satisfacción de quejarme por lo mal que pintaba mi regreso y le comenté sin esperanza alguna de conmoverle, que estaría bien si venía a buscarme para pasar el fin de semana en la ciudad como los maridos de mis compañeras sevillanas. Contra todo pronóstico me dijo que sí, que madrugaría lo que hiciese falta y vendría a buscarme a Santiago a la hora que le dijese, realmente me debía echar mucho de menos porque eso no me lo esperaba ni en sueños.

El viaje en autobús hacia Finisterre me resulto pesado y eso que en el último tramo veía por la ventana algunas playas que animaban el trayecto, pero tenía muchas ganas de llegar cuanto antes a la desconocida localidad. No me costó demasiado encontrar el albergue, menos mal, y aunque no tuve tiempo de darme una ducha y cambiarme de ropa, me encaminé muy contenta a la playa de Mar de Fóra dónde había previsto contemplar el atardecer en un día tan especial. Le daría las gracias en ese lugar a Santiago y su camino.
Cualquier puesta de sol es un regalo pero ese día en particular encontré la despedida del sol más cálida e imponente que nunca. Había llegado con tiempo suficiente para encontrar un sitio cómodo sobre el acantilado y a diferencia del faro, más concurrido, éramos como mucho una docena de personas en paz disfrutando de la puesta de sol.
Al regresar me notaba muy cansada, mucho más de lo habitual. Me fui directa al albergue, rematé lo que quedaba en la bolsa de frutos secos y me acosté rendida pero satisfecha.

A la mañana siguiente me costó muchísimo levantarme, tras escuchar la alarma del móvil permanecí en la cama un buen rato, parecía que ya había asumido el cambio de rutinas. Me duché y me vestí perezosamente y tras dejar el albergue busqué un sitio para desayunar. Tenía mucha hambre e hice algo que no era lo habitual, además del café con leche añadí una ración de tortilla de patata recién hecha y de buen tamaño. Al levantarme de la mesa y salir a la calle fui consciente de lo pesada que iba, sin duda tendría que tomarme con calma la subida al faro. Eran poco más de 3 kilómetros de suave ascenso y apoyándome en mi fiel amigo Héctor, mi bordón, hice el trayecto con el mar a la izquierda en todo momento. Cuando llegué a la altura del famoso Kilómetro cero tuve una sensación extraña, realmente había llegado muy lejos, mucho más de lo que había soñado el día que salí de casa para caminar hasta dónde llegase.

Y arribé al fin, el cielo estaba despejado y el sol lucía espléndido. Curioseé un rato por la zona un tanto emocionada, hasta que finalmente decidí volver sobre mis pasos y dejar atrás el mirador del acantilado y la escultura de las botas viejas de caminante. Mi idea inicial era la de regresar por el monte Facho y visitar las ruinas de la ermita de San Guillerme (lugar al que acudían los peregrinos medievales que prolongaban hasta allí su camino) y acercarme también a las Piedras Santas que además de la leyenda se dice que las vistas son preciosas. Pero el autobús salía a las 9 y media de la mañana y como no había madrugado lo suficiente, ni tampoco había subido al faro a buen ritmo, adentrarse en el monte Facho con el tiempo tan justo era una opción arriesgada y seguramente no lo iba a disfrutar. Con mi marido en camino era importante no perder ese autobús y reunirme con él a la hora acordada, así que volví por el mismo andadero. Al pasar de nuevo por delante del mojón del Km 0 le hice como pude un selfie, para tener un recuerdo de mi paso por Finisterre.

imagen del km 0
mojón del km 0


De nuevo en la localidad me acerqué al puerto a dar un paseo, estuve conversando con un pintor que ofrecía unas tarjetas con escenas del Camino y conocí a un hospitalero que me habló de una roca cercana al faro que tenía la forma de la cara de un indio, lástima no haberlo sabido antes, me hubiese gustado haber visto esa roca.

El viaje de regreso a Santiago no estuvo mal, el autobús hizo menos paradas que a la ida por lo que llegué antes de lo esperado. Subí a la puerta principal y enseguida apareció mi marido, me fundí con él en un abrazo y un beso de lo más emotivo, nunca habíamos estado tanto tiempo separados. Y cogidos de la mano fuimos hasta el coche, me liberé de la mochila dejándola en el interior del maletero y coloqué a Héctor en el asiento trasero.


(CAMINO REALIZADO EN EL AÑO 2021)